La COVID-19 está eclipsando multitud de problemas reales que de forma grave afectan a la población, desde libertades fundamentales a una crisis económica sin precedentes. Las cifras actuales arrojan 103 millones de afectados y 2.3 millones de fallecidos, con Estados Unidos a la cabeza (26.2 millones de afectados, 442 mil muertos), seguido de India (26.2 millones, 154 mil muertos), Brasil (9.2 millones, 224 mil muertos), Reino Unido (3.8 millones, 106 mil muertos), Rusia (3.8 millones, 72 mil muertos), Francia (3.18 millones, 75.6 mil muertos) y España (2.75 millones, 58.4 mil muertos).
La historia del último año demuestra que los sistemas sanitarios del mundo y sus gestores no están preparados para asumir una pandemia global, pero no se ha visto ningún movimiento inteligente en términos de cambios estructurales en el modelo de salud pública ni cambios en la gestión de la pandemia, salvo reclusión, aislamiento, mascarillas y más miseria colectiva. La esperanza en la eficacia y seguridad de las vacunas no está en el tejado de las autoridades sino de la industria farmacéutica, con sus propios intereses, y la política de inmunización está demostrando ser errática y tramposa, con la complicación añadida de la habilidad del virus para mutar en diferentes lugares del mundo y hacerse resistente a las actuales vacunas de primera generación.
En paralelo, la degradación del modelo asistencial progresa, con abandono de los grandes problemas de salud que, a pesar de la COVID-19, siguen siendo el principal problema de morbimortalidad en el mundo, como es el caso de las enfermedades cardiovasculares (25-30%), el cáncer (20-35%) y los trastornos del cerebro (10-15%), patologías estas donde, además, se ceba el coronavirus, por representar parte de la población de alto riesgo, por cronicidad y edad.
La libertad es una responsabilidad individual que acaba donde empieza la libertad de los demás. Tiene unos lindes que no se deben sobrepasar; y la salud es un derecho fundamental que cada cual debe preservar en beneficio propio y de la colectividad. Cuando la salud y la enfermedad están financiadas por la comunidad, la responsabilidad personal en favor de la salud se magnifica porque un atentado a la salud es una ofensa y un fraude a la sociedad que la financia. Un virus pandémico es una amenaza colectiva y quien contribuye de forma irresponsable a diseminar el contagio podría estar cometiendo un delito; pero esta comisión delictiva sería extensible a otras muchas conductas que atentan contra la salud, aumentan el gasto sanitario y están siendo negligentemente atendidas.
El impacto que este abandono tendrá sobre la salud colectiva se verá en los próximos 5 años, a medida que el coronavirus se vaya desvaneciendo, bien por la fortaleza de nuestro sistema inmunológico, bien por la inmunidad de manada a medida que la población esté más infectada, o bien por el deseable efecto de las vacunas, cuya disponibilidad debiera ser universal y de uso voluntario.
No creemos que el lamentable espectáculo político diario, ni la intoxicación mediática con cifras COVID-19, ni la amenaza punitiva permanente sean la mejor estrategia para ayudar a la población a sobrellevar la calamidad sanitaria, sociofamiliar y económica de esta pandemia. Tampoco es correcto ignorar otras cifras de entidades nosológicas que arruinan la vida de muchos ciudadanos, a las que silencia el coronavirus y la torpe política anti-pandémica que predican nuestras autoridades.
En el mundo hay problemas crónicos, persistentes, cuya magnitud no puede ser secuestrada por una pandemia que ya se ha instalado en nuestra vida cotidiana y que no debe contribuir a sepultar en el olvido y en el abandono sanitario otros riesgos reales que también matan. En esta categoría podemos incluir los 3 millones de muertos/año por alcohol, 1.25 millones por accidentes de tráfico, 600.000 por toxicomanías, 8 millones por tabaco, 200.000 por sífilis, 2.8 millones de muertos/año por la obesidad que afecta a un 13% de la población mundial (30% en Europa), 18 millones de muertos/año por infartos de miocardio, 7.5 millones por hipertensión arterial, 4 millones por hipercolesterolemia, y 2.5 millones de muertos por diabetes. También podríamos incluir los 7 millones de vidas/año que se lleva la contaminación medioambiental, los 250.000 muertos por alergias y asma, y los millones de muertos por demencia en residencias geriátricas con otras patologías de base que ni se registran.
Estos son algunos de los problemas de salud que pasarán factura a nuestra sociedad una vez que el coronavirus se canse de jugar con nosotros o cuando nosotros seamos capaces, inteligentemente, de apartarle de nuestra vida o convivir con él sin miedo a que nos mate.
Boletín Médico EuroEspes Health Nº8, Enero 2021
Prof. Ramón Cacabelos
Como cada año desde SAEIA, se organiza la catorce edición de nuestro ya tradicional congreso anual, este año enfocado a la Formación de restauradores, escuelas de hostelería y comedores colectivos. Se pretende con ello iniciar una formación para todos los profesionales de la hostelería interesados. Después del congreso se harán grupos de trabajo para que los hosteleros una vez formado contribuyan con su conocimiento al bienestar de las personas afectadas. Este programa tiene su fecha de inicio en este congreso pero seguirá durante varios meses, hasta que todo los profesionales estén formados. A todos los que sigan el programa de formación se dará el certificado correspondiente a esta formación. Empieza el 30 de noviembre 2024.